La enfermedad mental en ¿Tiempos modernos? (Segunda Parte)
MARTES DE TERAPIA
Hoy les compartimos la segunda parte del escrito “La enfermedad mental en ¿Tiempos modernos?” por la Lic. Guillermina López.
Recientemente, en una entrevista televisiva el neurólogo Facundo Manes hizo un comentario casi al pasar sobre el cual me gustaría detenerme: “la causa número uno de las enfermedades son las enfermedades mentales.” Contrario a lo que se escucha comúnmente cuando de estadísticas sobre enfermedades se trata y se mencionan patologías como cáncer y problemas cardiovasculares, el hecho de detenerse, por ej., en la situación de alguien que padece stress crónico, explicaba, produce una alteración en todo el sistema nervioso y por ende el ciclo “normal” de la vida en cuanto al descanso y la alimentación.
Volviendo a la noción de “salud” incluir el bienestar psíquico pareciera ser casi una concesión, teniendo en cuenta que a la enfermedad mental no se la considera propiamente una enfermedad cuando realizados los estudios de rutina una persona presenta un cuerpo “biológicamente” sano. Sin embargo sufre de dolores musculares, convive con migrañas, padece acidez y le cuesta conciliar el sueño. De ello deriva que en el consultorio
asistimos a relatos en los que frente a situaciones laborales los
pacientes con estos padecimientos optan por “mentir” y obtener el
certificado de un médico que indique una patología que avale el reposo que nosotros no dudaríamos en sugerir por trastornos del sueño. En efecto, una persona que padece de insomnio posee alterado el ciclo del sueño, lo cual conlleva serios trastornos afectando el 80% del bienestar del día siguiente. Sin embargo, en el consultorio a menudo escuchamos: “no me van a creer”, “no me van a aceptar una licencia por stress postraumático” y, en efecto, no sólo la gran mayoría opta por ir a trabajar igual o pedir una licencia “médica” sino que aquellos que, avalados por la nueva ley de salud mental, presentan un certificado firmado por un profesional de la psicología, éste les es rechazado si no es acompañado por la firma de un psiquiatra, aun cuando la ley avale ambas profesiones sin distinción para poder emitir dichas licencias. Lo cierto es que la realidad fáctica nada de esto se cumple, salvo hornadas excepciones. Cuando ello sucede y la licencia es aceptada, la persona es inmediatamente sometida a observación, destinataria de comentarios peyorativos y expuesta a juntas médicas las cuales cuestionan desde la apariencia física hasta el grado de “gravedad” minimizando la subjetividad y, lo que es igual de grave, poniendo en tela de juicio la palabra de los profesionales que indicamos la prescripción de reposo. Una paciente, a este respecto me decía: “por un pinzamiento de columna el reposo puede llegar a ser de hasta 45 días. Yo no paro de llorar por la
muerte de mi vieja y no me puedo tomar 15 días.”
Las situaciones antes descriptas padecen de un final similar en todos los casos: el paciente termina optando por volver a las tareas laborales o renunciando. La exposición, el cansancio de las instancias de evaluación con profesionales que terminan por definir el proceso, aun cuando se trate de un solo encuentro, hacen que transitar este derrotero se viva con la permanente sensación de descrédito presente en cada una de las instancias a las que es citado para “testificar” sobre su malestar. La renuncia se constituye, entonces, en la única salida posible, renunciando en este acto también a sus derechos y a hacer valer su integridad dado que el “peso” de portar una “carpeta psiquiátrica” que se advierte en la
clínica siempre termina por agravar el cuadro sintomático con el que el paciente acudió por primera vez a consulta, por lo cual, el mercado laboral opera en detrimento del bienestar del “empleado” las más de las veces. A ello se suma que cuando son observadas algunas indicaciones que realizamos quienes indicamos una pausa laboral tampoco somos convocados a ninguna instancia que nos permita desarrollar y despejar dudas diagnosticas sobre el caso en cuestión. Como si no hiciera falta, como si no fuera lo suficientemente necesario lo que tenemos para decir quienes trabajamos en la salud mental de “su” empleado.
Cabe preguntarse entonces, en un mundo que aun padece las consecuencias de dos años de una pandemia –en donde las patologías mentales se recrudecieron y otras surgieron en modos sin precedentes- qué lugar real se le otorga a la salud, hasta dónde se es consciente del impacto que producen ciertos hechos en la subjetividad y cómo el mercado laboral opera según el binarismo de pérdida/ ganancia desconociendo o
desestimando que la salud psicofísica del empleado, y teniendo en cuenta que es la fuente de su sostén, no puede leerse en términos del ser proactivo sin el ser saludable. De lo contrario, se rechaza la realidad de las singularidades de quienes sostienen la maquinaria que permitirá –o no- que lo que se genera, bajo determinadas condiciones, se traduzca en ganancia y productividad o en pérdida y enfermedad.
Guillermina López
Licenciada en Psicología
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